Nosotros by Manuel Vilas

Nosotros by Manuel Vilas

autor:Manuel Vilas [Vilas, Manuel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 2023-02-01T00:00:00+00:00


10

Alicia

Alicia recibió encantada a su sobrino, el hijo de Victoriano. Era más alto que su padre, en eso se fijó nada más verlo en la puerta de su casa, demasiado complicado ir a buscarlo a Barajas, qué sabía ella de aviones y de aeropuertos. Vivía en un pequeño piso del barrio madrileño de Usera. Se había quedado soltera. Había sido toda la vida peluquera en el barrio. Una buena peluquera. Lo recibió con todo su cariño en su casa y allí le cedió el dormitorio principal y ella se fue a la habitación más pequeña. Lo trató como al hijo que no había tenido. Un noviazgo de doce años con un mecánico de coches para que luego Sebas, así se llamaba, la dejara plantada por otra, por Matilde, que para colmo también era peluquera. A nadie se lo contó, porque no tenía a nadie, porque su hermano Victoriano se había convertido en su hermano de Roma, es decir, en un ser lejano, en nadie a quien recurrir. Así que lloró sola y se dedicó con ahínco a ser una buena peluquera, y dejó su corazón y su pasión y su ternura en los cabellos de cientos de mujeres que ansiaban estar más bellas para esos seres llamados los hombres.

Pero su Marcelo era su sobrino, alguien libre de todo mal, alguien en quien la vida recomenzaba.

No comenzaba, sino que recomenzaba.

El piso olía a viejo, y eso fue lo que dijo Irene en cuanto salieron de la primera visita que la pareja hizo a Alicia.

—Es mi tía —dijo Marce.

Había preparado unas empanadillas de escabeche y había abierto una lata de mejillones. También tenía dos cervezas de marca blanca enfriándose en la nevera. A Irene todo eso le pareció un espanto.

Alicia lo supo nada más verla, supo que en Irene anidaba algo oscuro, como si lo llevara escrito en la frente. No se cayeron bien nunca. Alicia pensaba que Irene era una mujer egoísta y falsa. E Irene siempre vio a Alicia como una bruja, aunque en realidad Alicia la compadecía. Vio en Irene una soledad imposible de curar. Una hoguera insaciable. Un abismo de exclusividad.

«No sé para qué vienen al mundo esas mujeres —decía para sus adentros la vieja Alicia—. Por qué no se las quedará Dios para él, para que le sirvan de monjas, o de criadas, no sé para qué las envía a la Tierra. Son mentirosas, y no saben que mienten, por eso debemos compadecerlas, no saber que estás mintiendo cuando mientes es lo peor que le puede pasar a una mujer. Se enamoran de hombres que no existen. De eso viven, del amor, pero del amor a quién. A nadie, y este pobre muchacho tendrá que cargar con esa loca, que es igual que su madre, porque yo sé lo que hizo su madre, que plantó a su marido y sus dos hijas y se fue con un viajante, en el coche de un viajante, porque me lo contó su padre el día de la boda. Me dijo qué coche era, un Mercedes.



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